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MEDICINA: LA NORMALIZACIÓN DEL MALTRATO

Actualizado: 13 jun

Por: Dr. Salvador Castillo C.


“A quien empujas cuando subes por una escalera, puedes tropezártelo cuando bajas”


A. Perez-Reverte



El cólico no para. Es más: aumenta notablemente cuanto más me acerco a la sala de hospitalización en donde ya comenzó la visita a las 7 en punto. Tuve que detenerme varias veces a lo largo del pasillo pues me atenazan el dolor y la urgencia… pero ya no hay tiempo de ir al baño. Nunca tuve colitis nerviosa, pero desde hace meses ya no me deja en paz y cuando no la tengo, las que me acompañan son la cefalea o la dermatitis; a veces estoy tan ocupado y metido en los pendientes, que me doy cuenta de que estoy angustiado porque mi intestino me avisa o porque tengo comezón en todo el cuerpo. Pero tengo mis razones para estar así: en unos momentos voy a llegar al pase de visita sin los laboratorios del paciente que se iba a operar y me van a masacrar otra vez frente a todo el servicio y frente a todos los pacientes, que ya me miran no sólo con lástima, sino con recelo y desconfianza cuando me acerco a ellos; después de todo, a nadie le gusta que lo atienda alguien a quien sus jefes y colegas no bajan de inepto, inútil o pendejo todos los días, sistemáticamente. 

 

Aunque podría decir que esta vez no fue mi culpa pues el equipo de laboratorio ha estado fallando la última semana, alguien tiene que asumir la responsabilidad por esa muestra supuestamente coagulada: en este caso yo y nadie más. Y la verdad es que los insultos son lo de menos; lo que realmente me preocupa es que seguro me van a dejar castigado de guardia otros 3 días y tendré que llamar a mi roomie para que me traiga ropa otra vez y bañarme en seco en el baño de los vestidores de intendencia en la madrugada, pues tengo prohibido entrar en la residencia. Ya oigo la voz del Jefe de Servicio en la siguiente sala; como siempre, regaña a alguien a gritos e insultos. Imposible saber a quién porque están los adscritos, los R5, R4, R3, R2, R1, los internos, las enfermeras, los estudiantes de enfermería, los de trabajo social y por supuesto, los pacientes. El escenario en el cual eres humillado y exhibido todos los días está más que listo para la función.

 

-¡Qué chingados hiciste, pendejo! -Se oye el grito de uno de los adscritos dirigiéndose a un interno, lo cual hace que me detenga en seco. Automáticamente el cólico aumenta, mi frente y mi nuca se llenan de infinidad de perlas de sudor, mi corazón se quiere salir del pecho y tengo el impulso de salir corriendo, pues siento que me falta el aire. Me contengo pues no es la primera vez que sufro un ataque de pánico. Decido pausar mi instinto de supervivencia y miro a mi alrededor: justo afuera de la sala, dos familiares de pacientes se miran de reojo con gesto sorprendido y ahora ya no sé si entrar o no a esa sala de ambiente denso y ominoso. Siento la cara caliente, las manos heladas y de pronto recuerdo lo que imaginaba cuando decidí estudiar medicina y luego ser especialista: No era esto lo que soñaba. Definitivamente no era esto. pero supongo que este es el costo de cumplir los sueños -“ya sabías a lo que venías”- me habían dicho muchas veces los otros residentes de mayor rango -“si no aguantas, salte, no le quites el lugar a alguien que sí puede”-, -“mejor vete a trabajar a una oficinita sacando copias”-. 

Entonces, en medio del estupor solo atino a levantar mis mangas y miro mis brazos: Ahí están esas horribles marcas en forma de cruces que me he hecho el último año: si alguien me va a dañar, seré yo mismo - había pensado, en mi desesperación - . Vienen a mi mente los dos frascos de clonazepam que dejó Don Claudio antes de morirse (por cierto, por mi culpa, según dijo el R4 antes de guardarme una semana) y si quisiera dejar de sufrir, bastaría con usarlos: total, nadie me va a extrañar, soy un inepto, no nací para ser médico, no tengo madera… ni siquiera voy a la mitad de la residencia y ya no puedo con esto… Con todo y el miedo, ya reporté el acoso del R4 en Enseñanza y en la Dirección, pero nadie me hace caso. Dicen que así es esto, que con todos es igual, que todos pasamos por lo mismo, que me están formando; es más: que dé gracias por estar en un lugar de “excelencia académica”. Lo que no entienden es que no todos somos iguales, no todos aprendemos a madrazos y los insultos duelen porque a mi nunca me hablaron en casa de esa forma. No, no soy de cristal, sólo tuve una madre que me educó en el respeto a los demás; además, también está el detallito de que estoy solo, los otros dos de mi generación renunciaron hace meses y yo pensé que podría con el trabajo de 3, pero luego de un mes con guardias A-B (un día sí y otro no) más las guardias de castigo hay momentos como este en los que ya no sé si podré mantenerme vivo, ya no digamos en la residencia. 

Pero quiero darle ese orgullo a mi mamá: Tú puedes mijito, siempre me dice, y no tengo derecho a fallarle, porque ella nunca me falló a mi y me impulsa el recuerdo de su cara el día que le llevé el título de médico general. Con eso en mente, descarto por ahora lo del Clonazepam, pero dejo esa idea guardada por ahí, en el archivo de posibilidades sólo por si acaso. 


De pronto, vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que sigo parado en medio del pasillo, como congelado en el tiempo y en el espacio. Pero el tiempo no es mi amigo y el espacio se amplía a la sala de hospitalización en donde siguen los gritos seguidos por silencios incomodísimos, tartamudeos y balbuceos de los "afortunados" alumnos en formación; entonces reacciono al sentir que una lágrima acaricia mi mejilla derecha. Con pena, me percato de que nunca había llorado de miedo… nunca. La cosa es que además del miedo, me invade la vergüenza cuando una de las señoras (familiares que esperan afuera de la sala) se acerca y me da un pañuelo desechable.  - No llore, Dr. Ese señor se ve que es bien malo y que odia a todo el mundo - . Tomo el pañuelo, trato de sonreír mientras balbuceo algo y me seco los ojos… de hecho solo es necesario hacerlo en el derecho pues el izquierdo está seco como piedra enterrada en el desierto. Tal vez las las 48 horas que llevo prácticamente sin dormir tengan algo que ver, pero ya no sé si me arden más los ojos o el alma. 

 

Pero no hay tiempo para la calma, pues el cólico ha regresado y me dan náuseas cuando oigo de nuevo las voces adentro de la sala. Sería terrible vomitar frente a todos, algo así como el pináculo de la vergüenza y el ridículo, pero entonces me tranquiliza recordar que mi estómago está vacío pues no he comido nada desde ayer a esta hora; en toda esta vorágine de pensamientos y sentimientos solo atino a preguntarme: ¿de verdad vale la pena?  Tomo una bocanada de aire y camino hacia el pabellón. Entro. Todos me voltean a ver, incluyendo al jefe que deja de vociferar y su rostro dibuja una sonrisita torcida y burlona: "-Te estábamos esperando, cabrón."   


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A veces olvidamos que los hospitales son lugares en donde inicia y en donde termina la vida; verdaderos portales en donde se mueven e intercambian energías extremas entre este mundo y lo desconocido, energías que no entendemos pero que nos mueven y a veces nos aplastan si no sabemos gestionarlas: Alegría, dolor, pérdida, sufrimiento, incertidumbre, esperanza, alivio… todo a la vez, todo al extremo y todo simplemente con caminar unos pasos e ir de una cama a otra. Hay gente que a fuerza de vivir eso todos los días, normaliza cosas que en otra circunstancias no serían aceptables, algo así como lo que ocurre en la guerra (toda proporción guardada). Y el maltrato a quienes están por debajo en la jerarquía es una de esas cosas; sin embargo, siempre he pensado que los líderes y los maestros está ahí para inspirar y para sacar lo mejor de las personas, no para hostigar y fastidiar hasta el punto de hacer que sus colegas renuncien a sus sueños o pierdan el gusto a lo que amaban hacer.


Es un hecho que sólo aquellos que hemos estudiado medicina, sabemos que estudiarla es como vivir estando en el estómago de una bestia en plena digestión. Y  no exagero: En los hospitales ocurren cosas difíciles de imaginar incluso por nosotros mismos; un hospital puede convertirse en un ecosistema tan cruel como interesante marcado por las jerarquías, los egos y la necesidad enfermiza de sobresalir por parte de algunos; pero esto se había mantenido históricamente oculto bajo la alfombra del gremio, igual que esos oscuros secretos de familia de los que nadie habla con tal de seguir apareciendo en las fotos de navidad o año nuevo con el aspecto de una familia feliz en la que “no pasa nada”.  


Pero ahora, y gracias a las redes sociales, también la gente que nada tiene que ver con la medicina puede enterarse de cosas que antes ni siquiera imaginaba. Y una de esas cosas son los casos de maltrato sistemático y también los suicidios de quienes intentan estudiar una especialidad médica. Está documentado que las tasas de depresión, agotamiento y suicidio son mayores entre médicos que en la población general… Pero un suicidio no es más que el final de un proceso; un suicidio comienza mucho tiempo antes de ocurrir y va tomando forma mientras es moldeado por la vergüenza, la depresión, la ansiedad, el abandono de las ilusiones, la sobrecarga de trabajo, la privación de sueño y descanso, la tristeza por los insultos y agresiones de los que se puede ser víctima cuando se estudia una carrera piramidal y con jerarquías marcadísimas supuestamente sustentadas en el conocimiento.


Por razones obvias, la percepción (y opinión) de las personas que no estudiaron esta carrera, y cuyo contacto con ella se limita a sus visitas al médico o a ver series o novelas de dramas médicos, no puede ir más allá del “es una carrera muy pesada pero muy bonita” frase tradicionalmente dicha por esa tía que todos tenemos y que profiere mientras se lleva a la boca un pedazo generoso de pavo relleno en la cena de navidad, provocando miradas de condescendencia, de ternura, orgullo y  si acaso, algo de interés en los otros comensales. Pero más allá de las ideas románticas persistentes en la sociedad, los médicos no solamente luchamos contra las bacterias, los virus o las enfermedades metabólicas y condiciones genéticas; también lo hacemos contra la competencia que no sólo es permanente sino salvaje, la necesidad de sobresalir, los egos exaltados, las envidias, el hostigamiento laboral, la cubeta de cangrejos y los celos profesionales… y aún dentro de ese aspecto, hay verdaderos casos patológicos que se muestran abiertamente por parte de algunos colegas. Y no me refiero solamente a quienes están en los últimos eslabones de esta cadena alimenticia: también entre médicos residentes de distintas jerarquías ocurren situaciones que en otros contextos serían inaceptables, aunque se hagan en nombre de la “formación” y de la “enseñanza” De hecho, me parece que esas palabras han sido usadas para justificar lo que sea, aunque se utilicen de manera hipócrita y terminen siendo un eufemismo que justifique el maltrato no sólo psicológico, sino físico de quienes intentan construir una carrera médica. 


“Es por su bien” "si yo lo sufrí, pues tú también" “es para que se hagan fuertes” “es para que vean que la vida es dura y estén entrenados para ella”... Claro, como la vida es una mierda ¿no? Bueno, pues hay quienes no pensamos que la vida sea eso. Hay quienes pensamos que no vinimos aquí solamente a sufrir. ¿Que debe haber reglas y disciplina? Por supuesto. ¿Que quien no esté listo no puede aprobar y por lo tanto no puede convertirse en médico o en especialista? Completamente de acuerdo. Pero para ello hay mecanismos y hay departamento de Enseñanza en todos los hospitales, y hay universidades avalando los cursos. Además, pretender que se va a “formar” en el sentido amplio del término, a adultos de más de 23 años de edad, algunos ya cargando con la responsabilidad de hijos o de una familia… me parece una creencia soberbia y ególatra. ¿Formar académicamente?, sin duda (en el mejor de los casos); pero el maltrato psicológico y físico no tiene nada de pedagógico, y por tanto nada de académico. 


Pero ¿Qué interés puede tener alguien en que otra persona aprenda a través del sadismo? ¿Qué piensa alguien como para creer que una posición de poder le da derecho a mancillar la dignidad de los demás? ¿Qué les hace sentirse "dueños" de otras personas como para decidir cómo, cuándo y dónde comen, duermen o van al baño? Quisiera estar exagerando, pero no exagero cuando digo que hay verdaderos sádicos entre los médicos de un hospital, incluso sociópatas con bata blanca, completamente carentes de empatía, que disfrutan gritar, bloquear, entorpecer el desarrollo o humillar a quienes están abajo en la jerarquía, y a veces lo hacen incluso frente a los pacientes, restando autoridad y credibilidad al médico afectado. Simplemente creo que no lo hacen por un interés genuino en que el otro aprenda: Lo que les interesa es sentirse superiores, intocables, importantes, pues son gente acomplejada e insegura que requiere reafirmarse en su puesto y la única manera que se les ocurre para lograrlo, pues es ganarse el miedo (nunca el respeto) de los demás. Por supuesto que también están los casos de mediocres e ineptos que por diversas razones han llegado a puestos de cierto poder y que utilizan al miedo o la intimidación como barrera protectora para que los médicos en formación no expongan su falta de conocimientos e ineptitud al preguntar o cuestionarles sobre conceptos o procedimientos nuevos.


El punto es que simplemente no veo justificación alguna para el maltrato físico o psicológico disfrazados de "enseñanza", pero sí que me llama mucho la atención la cantidad de comentarios apoyando esas conductas en las redes sociales cuando se habla de casos así (Nota: muchos de quienes apoyan y hasta justifican esto, ni siquiera son médicos y no saben lo que es una guardia de 36 horas); entiendo que está tan normalizado, que se asume como parte de la “formación médica” no sólo por los médicos, sino por el resto de la sociedad; pero no creo que a nadie le guste que quien está encargado de cuidar su salud sea una persona inhumana, sin capacidad de empatía o de reacción ante el sufrimiento. Me parece de hecho, un contrasentido y una situación hipócrita y paternalista dañar a alguien “por su bien”. 


Ahora que si lo vemos desde un punto de vista laboral y fisiológico, resulta también ridículo pensar que una persona que tiene 24 a 36 horas sin dormir, puede ser eficiente en labores de las cuales depende la vida de otro ser humano ¿o ustedes dejarían (conscientemente) que los operara un médico exhausto y que ya ve doble por la privación de sueño y alimentos?  Bueno, pues por si no lo saben, así es como se atiende a una gran cantidad de pacientes en los hospitales públicos y eso, definitivamente debería plantear un problema ético para los responsables de la atención en los hospitales.


Creo que esta forma de “enseñar” o interactuar en un ámbito profesional, más bien refleja la pobreza humana, las frustraciones y la limitación no solamente social, sino intelectual por parte de quienes ejercen violencia académica o laboral de manera impune y muchas veces solapada por las mismas autoridades de los hospitales. Porque a veces perdemos de vista que se supone que estamos entre profesionales ADULTOS con posgrado, es decir, la élite intelectual del gremio médico además de ser gente con una edad que implicaría cierta madurez emocional… por eso me cuesta trabajo concebir que haya colegas que no sean capaces de entender, por ejemplo, que una cosa es disciplina y otra cosa es maltrato y la línea que las divide no es, de ninguna manera, delgada; es más, creo que el no poder diferenciar entre cosas tan distintas es como para gente declaradamente subnormal o con una enfermedad mental lo suficientemente severa como para distorsionar la realidad.


Fui educado el siglo pasado, con lo bueno y con lo malo de la generación X. Pero si algo aprendí en estos años (tiene 25 años que soy médico y 20 que laboro como especialista en un Instituto Nacional de Salud, además de ser fundador y profesor titular de un curso de alta especialidad) es que pocas cosas son tan valiosas como el respeto a los demás, y que eso no pasa de moda ni es un asunto generacional, como tampoco lo es la dicha de trabajar en un ambiente laboral favorable en el que no haya que vivir cuidándose la espalda y en el que uno pueda concentrase en hacer su trabajo y en aprender de los pacientes y de los demás.


Podrá usted estar de acuerdo conmigo o no, colega; pero si es usted de aquellos que disfruta humillando, ninguneando, maltratando, bloqueando o goza provocando cólicos y miedo a quienes insiste en ver hacia abajo, o consigue que sus colaboradores dejen de disfrutar lo que aman y que olviden por qué llegaron a donde llegaron, le aviso anticipadamente que NADIE le recordará con gratitud ni con admiración por muy bueno (a) que sea en lo que hace. Síndrome de Estocolomo aparte, será usted recordado (a) como el cólico, la desesperanza, la náusea, o como el enano que se mareó por subirse a un tabique y que cambió la vida de los demás para mal: el acomplejado que nadie queremos ser. Atiéndase, pues. Nunca es tarde. 


 
 
 

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