(The sound of metal)
Por Salvador Castillo C.
“Aterrizar en la luna no les pareció lo suficientemente dramático... ¿por qué no aterrizar sí lo sería?”— Apollo 13
No pretendo ser crítico de cine. Como en el caso de cualquier profesión, para ejercerla hay que estudiar, prepararse y tener mucha experiencia en todo lo referente al área en cuestión. Sin embargo, soy médico audiólogo y mi opinión acerca de esta película tiene mucho más que ver con algo a lo que me dedico profesionalmente desde hace ya casi dos décadas: el implante coclear. Y es que no todos los años, un tema como la sordera —ensordecimiento en este caso—, es expuesto en una de las vitrinas más grandes del mundo (la entrega de Los Óscares) como tema principal. Eso tiene un lado bueno, pero también un lado que no lo es tanto cuando se exhibe exclusivamente un aspecto que podríamos considerar como parcial y no del todo correcto.
Advertencia: contiene incontables spoilers
La película comienza de manera por demás contundente con una muestra de la música convertida en la forma y el fondo de vida del protagonista (Ruben) y su compañera (Lou): Una guitarra y una batería al estilo White stripes que bastan y sobran para cargar de adrenalina y furia el ambiente de uno de esos sitios underground oscuros y tan densos, que casi puedes oler cuando ves las imágenes transcurrir en pantalla. Más que tocar, diría que perpetran la música para transformarla en catarsis: la voz de protesta, los aullidos de la guitarra y la batería ejecutada por el cuerpo tatuado, marcado y sudoroso de Ruben son los cimientos sobre los cuales se construye una historia que es llevada desde el inicio, más por el sonido — y su ausencia— que por las imágenes.
Resulta que Ruben y Lou son dos almas atormentadas por pasados caóticos cuyos cuerpos, —descubiertos tímidamente en escenas que contrastan la delicadeza y mesura de su relación cotidiana, con la aspereza y excesos de la misma cuando ejecutan su música—, dan fe de esto: un tatuaje en el pecho de Ruben: “kill me please”, y múltiples marcas de uñas en el antebrazo de Lou como la muy evidente rúbrica de la ansiedad. En apariencia, estos dos han encontrado una forma satisfactoria de vivir en un camper viajando de tocada en tocada por Estados Unidos, dejando ver que en esa rutina, ambos han hallado una zona de confort, un refugio, un presente que les permite saldar algunas (sólo algunas) deudas con sus respectivos pasados.
El asunto central de la película, comienza cuando una mañana Ruben experimenta una pérdida auditiva súbita y parcial en ambos oídos. De alguna manera, consigue el mismo día una cita con un audiólogo, que le realiza una audiometría, le refiere que ha perdido una cantidad considerable de audición y que deberá tener más cuidado al exponerse a sonidos de intensidad elevada, pero le refiere que su pérdida es progresiva e irreversible, al tiempo que omite por completo cualquier protocolo de tratamiento de hipoacusia súbita (ya sé, en Estados Unidos los audiólogos no son médicos, pero bien pudo enviar a Ruben con el otorrinolaringólogo para tratamiento farmacológico, cosa que tampoco hizo) y hasta menciona al implante coclear como una alternativa que "podría ayudar" (sic) pero es muy cara y no es cubierta por el seguro médico (¿en dónde habremos visto eso?).
Al llegar a este punto llama la atención el no manejo del profesional a cargo: tomando en cuenta algunas de las características de la pérdida auditiva de Ruben, como la bilateralidad y la velocidad a la cual se estableció, ¿por qué no inició tratamiento farmacológico para intentar primero frenar y después estabilizar los umbrales auditivos? ¿Por qué no inició protocolo de estudio para confirmar una enfermedad autoinmune de oído interno (posibilidad que de hecho, sí mencionó durante la consulta)?. De tratarse de un problema de esa naturaleza y de haber iniciado tratamiento inmediato, podría haber frenado la progresión, podría haber adaptado unos auxiliares auditivos y en todo caso, también podría haber ganado tiempo de planeación para una eventual implantación coclear… Pero el “podría” y el “hubiera” no existen en la vida real como tampoco existen en las pantallas de cine (a menos que el director sea Zack Snyder) y nada de eso ocurre en la historia, lo cual resulta cuando menos decepcionante, al desarrollarse ésta precisamente en el país en donde se elabora la mayoría de las guías clínicas de diagnóstico y manejo que consultamos y aplicamos en el resto del mundo. Evidentemente, no pasó por mi mente el ser testigo de una consulta audiológica completa en pantalla grande, pero por las reacciones posteriores de Ruben, queda de manifiesto que la información respecto de su diagnóstico, manejo y pronóstico no estaba plasmada claramente en su cabeza, y además no fueron planteadas otras posibilidades: ¿por qué no una implantación secuencial con estimulación bimodal o implantación unilateral con sistema CROS temporalmente, en vez de una simultánea si había un problema económico de fondo?...
En fin, durante la tocada de esa noche, Ruben experimenta un empeoramiento súbito de la pérdida auditiva hasta quedar prácticamente ensordecido del todo, obligándolo a interrumpir la actuación y a salir del lugar presa de un ataque de pánico. En este punto de la película, resulta imposible no mencionar el trabajo impecable en materia de edición de sonido — que a la postre haría a esta película merecedora del Óscar— al integrarlo magistralmente como un personaje más a la narrativa de la historia, pues consigue introducirnos con verdadera angustia en la perspectiva del protagonista en su afán por escuchar y en su frustración por no lograrlo.
Sin saber a ciencia cierta qué es lo que harán, Ruben y Lou son encaminados a una comunidad silente dirigida por Joe —un exmilitar y alcohólico rehabilitado ensordecido hace años por la explosión de una bomba y que ahora se comunica mediante lengua de señas y acoge a personas sordas y adictas con ayuda de la Iglesia — que le plantea la posibilidad de integrarse y aprender a comunicarse con lengua de señas para continuar con su vida, eso sí, prescindiendo de la audición. Ruben lo duda, pero termina integrándose a esta comunidad cuando Lou, incapaz de manejar los súbitos cambios de ánimo y reacciones violentas de Ruben, regresa a vivir con su padre (que resulta ser un millonario francés).
Durante gran parte de la película, podemos ser testigos de la forma tan peculiar en la que Joe trata a Ruben; de hecho lo trata como a un adicto en rehabilitación a pesar de que este tenía 4 años limpio, supongo claro, que para evitar que cayera de nuevo en las drogas dado lo desesperado de su situación, pero la verdad es que el tratamiento que se le da al tema durante toda la película hace inevitable el pensar que lo que en realidad Joe trataba de evitar a toda costa era que Ruben recayera en su "adicción al sonido", y que el objetivo era que Ruben aceptara la situación sin más y dejara las cosas como estaban (tal vez recuerden la muy significativa escena en la que lo reprende al encontrarlo reparando el techo sin habérselo pedido, por ejemplo), ayudándole simplemente a buscar el desahogo (siempre bajo los términos de Joe, eso sí) en actividades como escribir en una habitación mientras se encuentra completamente solo.
Después de conseguir —en apariencia— cierta estabilidad al integrarse a la comunidad a través de la convivencia diaria, el aprendizaje de la lengua de señas y de la participación en una escuela para niños sordos, resulta que Ruben no estaba de ninguna manera resignado y decide vender todo lo que tiene (casa rodante incluida) para llevar a cabo la implantación bilateral, que se realiza sin que Joe se entere. Y es aquí en donde vemos otras situaciones cuestionables en cuanto a su manejo audiológico:
Por la reacción de Ruben durante la activación del implante, es evidente que no le fue explicado que la implantación coclear es un proceso que implica tiempo y que al cerebro le cuesta adaptarse a una estimulación eléctrica desconocida. Da la impresión de que esperaba escuchar como antes y la decepción y la desesperanza se apoderan del protagonista a partir de este momento… y es que nadie parece haberle dicho que la activación es simplemente el primer paso de muchos y que lleva trabajo terapéutico y paciencia obtener logros que después serán cotidianos. El problema es que estamos acostumbrados a ver el cine asignando roles: el bueno, el malo, el héroe, el villano: si bien al inicio el villano de la historia era claramente el ensordecimiento de Ruben (algo contra lo que la lógica dice que habría que luchar), es notorio que a partir de este momento de la historia, el rol de villano parece implícitamente asignado al implante coclear, pues es el momento de empezar a usarlo cuando todo termina de desmoronarse: Resulta que ni Ruben ni Lou habían resuelto un montón de cosas en sus vidas personales y la historia nos lleva dando tumbos entre lo que parece una experiencia auditiva completamente disfuncional, la lucha de Ruben al aferrarse a escuchar, su frustración al conseguir muy poco al respecto, el fin de la relación, la expulsión y rechazo de la comunidad silente —que de paso lo deja literalmente en la calle—y una escena final de esas en las que uno ruega que no sea esa la escena final; pero que sí lo es y precisamente haciendo un énfasis casi sádico al mostrar el contraste del estímulo marcadamente desagradable, inútil y desesperante provisto por los implantes cocleares, con la paz que es aparentemente traída a Ruben ni más ni menos que por el silencio cuando se retira los dispositivos.
Para ser justos, y sabiendo que los pacientes ensordecidos en la etapa adulta, (sobre todo si han sido implantados rápido, justamente como Ruben) gracias a la estimulación previa y a la memoria auditiva son quienes tienen el MEJOR pronóstico en términos de rendimiento auditivo con el implante coclear, la verdad es que era mucho más probable que con el tiempo, a Ruben le hubiera ido tan maravillosamente bien, que terminara recuperando su vida de músico y continuara con la misma sin problema alguno (ya sin Lou, pero bueno, no se puede tener todo en la vida).
Me gustaría pensar que la película termina en un punto demasiado temprano en el proceso habilitatorio en el que simplemente no da tiempo de ver los beneficios que nuestros pacientes experimentan en la vida real, o por lo menos un poco del seguimiento que viene después y que dura toda la vida. Pero…¿por qué dejar la impresión de que hubiera sido mejor quedarse como estaba que intentar vencer una discapacidad que de hecho puede vencerse actualmente? ¿por qué deslizar bajo la puerta del subconsciente la idea de que la pérdida auditiva no es un problema pero buscar una solución sí lo es? Si se quería dar foco y crear conciencia acerca de la dinámica social de la comunidad silente (situación muy necesaria y loable), creo que había muchos otros recursos que definitivamente no implicaban crucificar mediáticamente a la herramienta tecnológica más avanzada en nuestro tiempo en materia de restitución de uno de nuestros sentidos, que además ha ayudado a miles de personas en el mundo a llevar una vida en la que el silencio es una circunstancia opcional.
P.D. Por si un día el estudio se anima a un Castillo´s Cut: ¿Qué tal un final en el que un estadio lleno ovaciona (fade in incluido) desde la semioscuridad, el inicio de una rola salvaje que desintegra al silencio mediante la batería de Ruben retumbando al infinito, mientras le vemos sonreír a través del humo y las luces del escenario... pero no por la paz obtenida a través de la resignación, sino por la paz obtenida a través de la realización?
¿De verdad era tan difícil?
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