IN MEMORIAM Jack Katz PhD
- Salvador Castillo
- 17 jul
- 7 Min. de lectura
Por. Dr. Salvador Castillo
El Dr. Katz nació un 25 de marzo de 1934 en Brooklyn NY y creció en ese mismo lugar en un ambiente familiar cálido pero con limitaciones económicas. Durante la infancia temprana padeció otitis media recurrente y las secuelas que años después entendería como trastornos del procesamiento auditivo central, además de problemas visuales y de lectura que en más de una ocasión le orillaron a considerar abandonar sus estudios. Afortunadamente (no sólo para él sino para el mundo), hubo personas a su alrededor que le alentaron y en su último año del high school llenó un cuestionario de educación vocacional en el que el resultado fue “corrección del habla”. En ese momento no supo exactamente a qué se refería aquello, pero continuó sus estudios y en 1956 se graduó en Brooklyn College con el grado de Speech pathology y posteriormente obtuvo un Master´s degree en la misma área en la Universidad de Syracuse, aunque cambió después al área de Audiología al realizar el doctorado bajo la tutela del Dr. Aubrey Epstein, desarrollando para obtener dicho grado una tesis - por supuesto - acerca de otitis media.
El Dr. Katz obtuvo su doctorado en 1961, justo un año después de que él y el amor de su vida, su esposa Irma Laufer se convirtieran en padres; de hecho, comentó en alguna ocasión que durante una madrugada mientras alimentaba a su hijo Mark (a quien tenían que alimentar cada 2 horas como parte de cuidados postquirúrgicos), tuvo la idea de los espondees (bisílabos con igual énfasis para ambas sílabas) para la prueba a la que posteriormente llamaría SSW (staggered spondee word) a partir de una investigación europea en la que se lograba identificar tumores en el temporal filtrando parcialmente palabras al paciente en uno u otro oído; pero que tenía la limitación de no poder realizarse si el paciente presentaba hipoacusia. En ese tiempo, la familia se mudó a Illinois, Nueva Orleans y Kansas City, siempre trabajando a nivel universitario y en diversos centros médicos mientras nacía su hija Miriam en 1963.
Fue en 1972, que el Dr. Katz publicó la primera edición del Handbook of Clinical Audiology, asistido por su esposa Irma (quien cuenta con un grado en Library science y realizó un curso especial en indexación para tal fin), que le ayudó con los índices de autor y de palabras durante las primeras 4 ediciones, además de las lecturas preliminares, dadas las dificultades de memoria, lenguaje y lectura del Dr. Katz; “All the things I´m weak, she is strong in” comentó años después en una entrevista.
Luego de una breve estancia de un año para enseñar en Turquía como producto de un premio en 1973, la familia regresó a EU y se mudó a Buffalo en 1974, en donde el Dr. Katz se convirtió en profesor en el Departamento de Ciencias y trastornos de la comunicación en la Universidad de dicha ciudad. Fue ahí en donde nació el modelo de Buffalo para la evaluación del procesamiento auditivo central y también en donde el Dr. Katz permaneció activo hasta el año 2002, cuando se retiró de la vida institucional y se dedicó a la práctica privada regresando a Kansas City para estar cerca de sus hijos y familia. Desde ese año, publicó las ediciones 6 y 7 del Handbook of Clinical Audiology, 2 ediciones para el libro Therapy for Auditory Processing Disorders, contribuyó en numerosas publicaciones y proyectos de investigación y co-fundó el International guild of Auditory Processing Specialists. Su tal vez última publicación (hasta donde sé) ocurrió en enero de este año (2025) para la American Academy of Audiology, haciendo una maravillosa revisión del modelo de Buffalo. Pero tal vez uno de los aspectos más remarcables y menos conocidos de este ser humano extraordinario, tiene que ver con el amor de su vida: su esposa Irma, con quien compartió un matrimonio de 69 años: Algo que cada vez es más difícil ver en la actualidad y que nos habla de un ejemplo de vida y propósito no sólo profesional, sino profundamente humano.
En lo personal, muchos de los principales recuerdos que tengo de mi residencia médica y del incipiente aprendizaje de la Audiología, tienen que ver con estar literalmente encerrado por horas - una vez concluida la consulta -, en una oficina vacía del antiguo Servicio de Audiología y Foniatría en el Hospital General de México, leyendo en santa paz The Handbook of Clinical Audiology del Dr. Katz y Cols; un ejemplar clandestino hecho de fotocopias, encuadernado y salvajemente subrayado y resaltado por todos lados, que viajaba conmigo todos los días a pesar de su tamaño y que debo tener por ahí, en algún lugar que no recuerdo exactamente (no me critiquen mucho: en aquella época no había dinero para comprar libros originales, y los ejemplares piratas estaban en fotocopias - eso sí - encuadernadas en color vino o azul que les daban un aspecto solemne; a diferencia de hoy que se encuentran en PDF y pueden transportarse por centenares en una memoria USB). Lo que sí que recuerdo, son los conceptos que aprendí de ese libro y que han quedado y forman parte de lo que hago hasta el día de hoy: Podría decir que, en paralelo a la práctica clínica, me hice audiólogo leyendo ese indigno ejemplar en donde aprendí las bases de la audiometría, el enmascaramiento, los decibeles, los espondees etc.
Justo en aquella época, uno de mis profesores me ofreció venderme un libro viejo con pasta color verde y letras doradas que había adquirido por curiosidad tiempo atrás, pero que no le había llamado mucho la atención y que tenía arrumbado por ahí: era el libro de Auditory Processing Disorders: A transdisciplinary view, que el Dr. Katz había escrito en coautoría con Nancy Stecker en el (ya desde entonces) lejano 1992 y en el cual desgranaba de forma sencilla y concreta una de las obras maestras de este monstruo de la Audiología: El modelo de Buffalo para la evaluación del procesamiento auditivo central. En ese entonces aún no estaba generalizado el concepto de que “escuchamos con el cerebro” como el día de hoy, por lo que hablar de audición en un sentido estrictamente central, despertó mi curiosidad de manera casi morbosa y - luego de pagárselo al colega - empecé a leer cuanto antes esas hojas que ya tenían ese tono amarillento en los bordes que adquieren los libros cuando no se usan durante un tiempo.
Debo haberlo leído unas 6 o 7 veces desde que me atreví a abrir sus páginas por primera vez, y como ocurre cuando uno repasa una obra maestra, cada vez encontraba algo nuevo e interesante en párrafos por donde supuestamente ya había pasado. De hecho, lo consulto aún con cierta regularidad y a la fecha, sigo pensando que es el modelo que mejor explica lo que ocurre en nuestro sistema nervioso auditivo central desde un punto de vista didáctico; la definición del Procesamiento Auditivo Central más genial de la historia: “lo que hacemos con lo que oímos”, continúa tatuada en mi cerebro desde entonces y me impulsó a introducir el modelo de Buffalo en los temas del Programa Único de Especialidades Médicas de la UNAM por allá de 2008 cuando fui invitado a participar en la revisión del programa de Audiología (ignoro si continúa a la fecha, pero si no, las nuevas generaciones se están perdiendo de mucho). Pero ese fue solamente el inicio, y a diferencia de aquel primer libro fotocopiado (el Handbook), conseguí adquirir posteriormente otros libros (originales) del Dr. Katz y Cols: Central Auditory Processing Disorders: Mostly management o Central Auditory Processing Disorders: Problems of speech, language and learning.
En 2001 cuando iniciaba el segundo año de la residencia, tuve la oportunidad de asistir a un curso en el que el Dr. Katz presentaría la actualización de uno de sus capítulos del Handbook of Clinical Audiology: El capítulo de enmascaramiento. Siempre he dicho que la genialidad se demuestra explicando fácil un concepto que en realidad es complejo, y que entre más se domina un tema, menos recursos tecnológicos se necesitan para explicarlo… y en esa ocasión, el Dr. Katz dio una cátedra de enmascaramiento con ejemplos dibujados por él mismo usando plumones rojo y negro en un sencillo rotafolio al frente de un salón lleno de audiólogos. Para mí, representaba simple y sencillamente ver en acción a uno de mis héroes… y al final de la conferencia, no pude evitar abordarlo (asaltarlo) y pedirle (rogarle) que me regalara sus rotafolios de la clase que acababa de dar. Él no solamente accedió de muy buen grado y con una sonrisa que denotaba cierta sorpresa, sino que me autografió y dedicó un par de ellos así como una hoja impresa en donde venía el capítulo nuevo del cual había hablado. Creo que nunca me había sentido tan feliz con un objeto académico en mi vida: de hecho, aún conservo y tengo en mi consultorio esos posters enmarcados con los buenos deseos y la firma del Dr. Katz, que miro de cuando en cuando sobre todo cuando me asalta la duda: to mask or not to mask?
Años después, durante otro congreso, conseguí que me dedicara un ejemplar (esta vez original, por supuesto) del Handbook of Clinical Audiology que conservo también entre mis referencias más preciadas al ser actualización de aquel primer ejemplar apócrifo y que por lo tanto, me recuerda permanentemente cómo empecé pero también cómo me gustaría terminar mis días siendo audiólogo.
Creo que el legado del Dr. Katz, fallecido hace unos días a los 91 años de edad, debería ser conocido por todo aquél que practique o pretenda practicar la audiología; no solamente por la cantidad abrumadora de conocimientos que contienen sus libros y publicaciones, sino por el ejemplo de meticulosidad y rigor científico que emana de ellos y que conecta maravillosamente el aspecto técnico con conceptos clínicos que muchos (a pesar de ser médicos) no tenemos muy presentes. Su historia, refleja además el valor de seguir fielmente a la vocación y a la inquietud científica, pero siempre respetando y cuidando ese equilibrio tan frágil que a veces parece imposible entre profesión y familia.
No todos podemos ser Jack Katz (o Marion Downs, o James Jerger), pero creo que conocer su legado nos inspira porque también nos muestran hasta dónde puede llegar un ser humano en nuestra área si se es dedicado, disciplinado y curioso; pero sobre todo, si en verdad ama lo que hace.
Descanse en paz, Dr. Jack Katz.





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