top of page

LA INFORMACIÓN... ¿AÚN ES PODER?

Actualizado: 28 oct

Por: Salvador Castillo


Nunca en la historia de la humanidad, habíamos tenido acceso a tanta información de manera permanente, sencilla y abundante (agobiante). Cualquier tema, historia, hallazgo, descubrimiento, argumento, tendencia o idiotez puede ser consultado o encontrado de inmediato en la nube a través de plataformas, motores de búsqueda, redes sociales, o ahora en sistemas de Inteligencia Artificial (IA) que los sitios de búsqueda tradicionales, los administradores de correo electrónico y hasta los procesadores de palabras como word, han asociado – estemos de acuerdo o no – a sus funciones básicas. Para quien quiera corroborarlo, basta con googlear cualquier palabra o pregunta y antes de los resultados que nos presenta el buscador desde sitios específicos, ahora aparece un texto en el que la IA resume lo que encontró de manera concisa, globalizada y por supuesto – líbrenos el creador de lo contrario – INMEDIATA. 


Pero supongamos que pertenecemos a alguna generación anterior a la actual, y que lo nuestro es escuchar en voz de otro ser humano (sí, humano, de esos con olor a sol, sarro en los dientes y colon irritable) lo que nos interesa de un tema en particular: Podemos entonces recurrir a herramientas como los PODCASTS, videos en YouTube, reels de Instagram… o si de plano nos gusta interactuar dándonos zapes digitales con desconocidos a la menor provocación y a veces hasta en tiempo real, tenemos a X (antes Twitter). De la radio y la televisión no hablaré gran cosa porque los lectores de generaciones actuales me preguntarán qué diantres es eso mientras yo sonrío nerviosamente recordando esas épocas en las que la información fluía estrictamente en una sola vía: Sí, nos limitábamos a recibir información proveniente de las mismas caras o voces, en los mismos horarios preestablecidos (no cuando quisiéramos), sin tener el poder de repetir o adelantar programas, ni poder corregir o insultar al presentador en tiempo real, entre otras cosas incomprensibles para el millenial promedio… ya sé, suena como a la pesadilla de un demente, pero así eran los medios de comunicación y así crecimos algunos. 


Sin embargo, en la actualidad y como consecuencia de esta “democratización” de la información, ha ocurrido un fenómeno curioso: La posibilidad no sólo de que todos seamos potenciales creadores de contenido, sino de que también todo mundo pueda vomitar públicamente su opinión acerca de cualquier tema si cuenta con el único “mérito” de tener un dispositivo electrónico y acceso a internet (nota: la elocuencia, la experiencia, la evidencia y los conocimientos son opcionales). Y es perfectamente válido que esa libertad de expresión tenga sustento en los medios actuales de comunicación; el problema es que no todos tenemos la educación, formación, entrenamiento o incluso la madurez necesaria para emitir una opinión, juicio o recomendación acerca de absolutamente todo, y que ese producto – a veces proveniente del cerebro, y frecuentemente proveniente del colon descendente – quede ahí, al alcance de todos. Si, de TODOS,  desde personas críticas con capacidad de discernir entre datos veraces y datos no veraces, hasta personas que dan la misma validez a una opinión que a una evidencia… cosa que huele a peligro.


Lo curioso es que dentro de esta promiscuidad digital que ya raya en lo impúdico *procede a persignarse*, podemos hallar información inmediata en tonos e intenciones distintos, incluso con mayor o menor veracidad dependiendo del medio consultado, y todo, eso sí, al alcance de un click. Pero eso necesariamente implica algo muy curioso: resulta que uno puede elegir el grado de seriedad, veracidad o estupidez (en su caso) que espera tener de la información a la cual accede, situación que depende del canal de comunicación que escojamos para pasar el rato. ¿Quiero un chisme? Voy aquí. ¿Quiero un rumor? Voy acá. ¿Quiero simplemente meterme a la caja de resonancia para escuchar los ecos de mi propia opinión en las voces de otros, con el único objetivo de caer en los brazos de la falacia de comprobación y sentir que tengo la razón? pues entonces me dirijo más allá. 


Ese juego consistente en enterarme de las cosas con la conciencia de que podría estarme enterando de situaciones no comprobables, no verificables o incluso obviamente falsas, como cuando – poniendo cara de San Lorenzo resignado – le pulso al click bait aún a sabiendas de que es un muuuy obvio click bait, ya forma parte de nuestra estructura social en la medida en que también lo hace de nuestra estructura mental ya muy moldeada por y aceptada en las redes sociales. Pero no caigamos en caos: hasta esas decisiones culposas también ha llegado la IA para dejar nuestras conciencias tranquilas, ya que invocando a entes como @grok (en la red X, antes Twitter) podemos desengañarnos instantáneamente antes de que nuestro corazón estalle de angustia, al comprobar que Shakira en realidad no fue vista haciendo playback mientras facturaba, por ejemplo. 

Y es que picar el anzuelo es una costumbre que teníamos ya muy internalizada desde antes de internet, pero que se ha pulido y perfeccionado en estos tiempos, a fuerza de repetir hábitos digitales en esos dispositivos que nos conectan con el mundo a base de información puesta ahí con el único fin de colocar la dopamina en el cargador de nuestras neuronas y azuzarlas para que disparen. Después de todo, nuestras costumbres frente a las pantallitas o pantallotas son estudiadas por las compañías todo el tiempo y nosotros caemos una y otra vez en la provocación mientras ellos llevan un registro minucioso de qué tan rápido es mi dedo pulgar para hacer el “scrolling” y qué tipo de información me interesa en particular, por el tiempo que paso sin mover la pantalla... por eso el éxito de los anzuelos y por eso la existencia del famoso algoritmo empeñado en atiborrarme de aquello que he demostrado que me gusta con tal de que mi atención permanezca en el móvil. Pero es que ¿quién demonios no sucumbe y cae depositando un generoso y categórico “click” en un encabezado que asegura que Juan Gabriel no murió y que ahora vende gorditas de chicharrón en un congal en el centro de Amsterdam mientras tararea “Buenos días señor sol”?


Ejemplos como ese, solo ponen en evidencia nuestra manía actual de recibir información intrascendente aunque realmente no la necesitemos, ni nos beneficie y en el mejor de los casos, tampoco nos afecte – de ahí su intrascendencia –, pero ¿Qué ocurre cuando busco información realmente importante o incluso fundamental para algún asunto financiero, de tramitología, o de salud en un sitio pensando que dicha información es la correcta… y resulta que no es así?  Es decir, hay canales en YouTube, en TikTok, o en Instagram que ofrecen información sobre algún tópico, y surgen personajes (actualmente llamados influencers) apropiándose de nuestras pantallas para hablarnos acerca de temas diversos: cómo destapar una cañería, cómo evitar ser abducido, qué significan los 6 toques del demonio, qué pasa si dejo una alcachofa 215 días a la intemperie, o cosas así. Pero también encontramos mucha (muchísima) información acerca de temas de salud, y es ahí en donde entran aspectos digamos… delicados.   


El otro día, estaba escuchando un podcast en el que entrevistaban a un “experto en audición”  (quienes me conocen, saben lo que pienso de los títulos que no son títulos, pero que nos hacen creer que alguien tiene un entrenamiento que en realidad no tiene y que eso le autoriza a hablar de cosas que en realidad desconoce), a quien se le cuestionaba acerca de conceptos como el tamiz auditivo o incluso el implante coclear, preguntas a las cuales respondía con argumentos y conceptos vagos adornados con términos pseudocientíficos pero apantalladores para quienes no tienen idea del tema; y eso me puso a meditar algo al respecto: Sabemos del problema tan grande que tenemos en México con la gente que ejerce como médico especialista sin ser a veces ni siquiera médico. Pero esto va incluso un paso más allá, porque una cosa es impresionar con palabras domingueras y vacías a un paciente mientras está entre las 4 paredes de un consultorio y con ello arruinarle la existencia a una o dos personas, y otra es pretender hacer divulgación científica al público en general (potencialmente millones de personas) pero con información inexacta, sesgada, parcial o de plano, falsa. Esto tiene su propia complejidad, pues un podcast de estos puede llegar a un incontable número de personas en todo el mundo; es decir, no es algo local o restringido, ni tiene información curada, filtrada, supervisada o evaluada por profesionales expertos. En este caso en particular, el entrevistado tenía alguna idea acerca de ciertos temas y dio algunos tips en relación a otros (ya saben, está en las sagradas escrituras que toooodo profesional que tenga que ver con la audición y que va a una entrevista, no puede retirarse del lugar sin caer en lugares comunes como aquel de que escuchar música con audífonos es cosa del diablo y que esta generación se está quedando sorda y bla,bla,bla), pero también habló de situaciones como el uso de la expresión facial como método para obtener un audiograma (la expresión facial NO está considerada como un método válido para obtener umbrales de audición), de que el tamiz auditivo puede realizarse hasta los ¡3 meses! de edad (las guías de práctica clínica sugieren como máximo el mes de vida), o de que si el paciente no tiene cóclea, la solución es ¡un implante coclear! (así de “lógicas” las afirmaciones, entre otras barbaridades dichas, claro, categóricamente). 


¿Saben? También en cuestiones de salud hay niveles: Hacer un menjurje milagroso con el propósito de liberarme de una comezón molesta que me tortura en aquel lugar del cuerpo a donde el sol no llega, no es algo que revista una posible consecuencia catastrófica: si elaboro la receta que comparte un supuesto experto en comezones de sitios resguardados por el pudor y la decencia, lo peor que puede pasar es que la comezón siga ahí (o empeore por alguna alergia desconocida) y que me vea obligado a ir con el dermatólogo del mundo real y resuelva el problema. Pero si alguien me convence de que la sordera se cura “tronándole” el cuello al paciente (pueden ver eso en TikTok), de que puedo hacer que mi hijo adquiera lenguaje con una aplicación en vez de acudir a terapia de lenguaje, que el vértigo se cura con aceites esenciales, o de que existen unas gotitas óticas milagrosas para curar la sordera y que el implante coclear no tiene nada qué hacer frente a semejante invento… bueno, pues ahí entramos en otro terreno que podría costarme meses o años de intervención oportuna y al paciente podría costarle la adquisición de su lengua materna. Nada más. 


Resulta obvio que en la actualidad, la evidencia ha sido sustituida por las opiniones y también por los sentimientos, la televisión por las redes sociales (no es queja) y los expertos por los influencers (sí es queja). Pero no es que seamos víctimas: Ese desparpajo con el que los influencers y coaches buenaondita nos aconsejan de todo y por todo con ese aire de superioridad que les otorgan los “likes”, existe precisamente porque nosotros lo permitimos sin cuestionar, sin preguntar y peor aún, sin corroborar; es decir: nos lo hemos ganado a pulso por consumir absolutamente todo lo que nos den, ondeando la bandera del anti intelectualismo y adorando a los creadores de contenido, mientras despreciamos lo que aportan aquellos que tienen educación o formación estructurada en determinados temas; porque ahora, todo mundo cree que puede discutir al tú por tú de cualquier tema con un verdadero experto porque buscó argumentos en Chat GPT o en google. Si los influencers se limitaran a mostrarnos por dónde viajan, en qué restaurante comen o a platicarnos que los vieron raro mientras caminaban disfrazados de orintorrinco en la calle, bueno, pues cada quién; el problema es que la gente empieza a sentirse omnipotente y erudita cuando rebasa algunos miles de seguidores… y cuando reciben su plaquita dorada de visualizaciones, pues ya es demasiado tarde porque ahora han ingresado al olimpo de la monetización al que casi ningún mortal tiene acceso. Pero eso también tiene un por qué: La cultura de los “likes” resulta un tanto perturbadora cuando no solo sirve para empoderar gente (y su ego, claro está), sino también para que esa gente gane dinero con cada “like” y empiece a sentir que divulgar conceptos que inciden en la salud de las personas es lo mismo que salir bailando la misma cancioncita que todo mundo está bailando estos días, porque los “likes” valen lo mismo para un video que para otro.


Y no, no tengo un problema con que la gente salga bailando la misma canción coreografiada una y otra vez con más o menos el mismo resultado: al fin y al cabo, todos tenemos la libertad de perder el tiem… perdón: de divertirnos (o monetizar en redes) como nos dé la reverenda gana. Pero la calidad de los contenidos en materia de salud, en muchos casos deja mucho qué desear y además las regulaciones de las plataformas y redes sólo se limitan a bloquear contenido “inapropiado” cosa que nos ha llevado a escuchar eufemismos como “desvivir” “autodesvivirse” o “des-suscribirse de la vida” cada vez con más frecuencia . Lo curioso es que entre esos filtros destinados a mantener castos a nuestros oídos, no hay aparentemente alguno que considere inapropiado que se le pida a la gente abandonar tratamientos médicos para sustituirlos por aplicaciones milagrosas o sustancias cuya recomendación es “responsabilidad de quien recomienda y consume”. En parte, entiendo que esto ocurre porque hay anuncios pagados que aunque sean reportados  como información engañosa, la red social le responde a quien reporta que “no se encontraron motivos suficientes para bajar el anuncio” (me pasó ya un par de veces). La cosa es que las redes, además de los influencers todopoderosos con más seguidores que estrellas en el cosmos, ofrecen anuncios de productos milagro, pudiendo uno ver anuncios (en este caso en Facebook) como el que resumo a continuación: 


Un laringólogo mexicano (sí, leyó usted bien: un laringólogo. De “laringe”... sí, del griego λάρυγξ, -υγγος lárynx, -yngos. GARGANTA u órgano tubular) un día visitó a su abuelita, y quedó muy conmovido y muy triste porque la abandonada señora ya no podía escucharle ni seguir su conversación. Entonces a pesar de su tristeza (o más bien inspirado por ella y quién sabe, tal vez también por la culpa), éste héroe LARINGÓLOGO, que a estas alturas bien podría haber sido dermatólogo o si me apuran, proctólogo para darle más dramatismo al asunto, decidió que buscaría un remedio para la sordera. Así, sin más. Lo realmente curioso, es que de acuerdo con la historia y sin entrar en molestos detalles técnicos, lo consiguió y terminó inventando unas gotas que le han hecho estar nominado ¡al premio Nobel! porque curó a su abuelita de la sordera (no se menciona nada del abandono y la soledad, pero no amarguemos el triunfal momento) Ahora ella ya escucha, supongo que por lo menos la radio y él, es actualmente exitoso y muy famoso – tan famoso que nadie en el ámbito audiológico internacional hemos oído jamás su nombre, pero nuevamente, no amarguemos el momento con nimiedades– .

Pero por si semejante serie de sucesos afortunados fuera poco, resulta que además, uno puede ahora adquirir esas gotitas a un precio accesible… e incluso hasta le regalan otro frasco en la compra del primero y así se olvida de esos estorbosos y antiestéticos aparatos auditivos que solo sirven para gastar mucho dinero, para sentirse incómodo y también para descomponerse (malditos artilugios del infierno).   


Más allá de lo mal nieto que es alguien que cuando se acuerda que tiene abuela, la encuentra ya totalmente sorda, llama la atención el grado de manipulación asquerosa al hablar de un “científico” que además ni siquiera es especialista en oídos peeeero eso no importa porque  antes que nada, tiene una virtud más importante: ¡Es mexicano! y de buenas a primeras, ahí en la mesita de noche y con ingredientes que compró en la recaudería o vaya usted a saber dónde, “from scratch” inventa la solución a una condición tan seria como lo es la pérdida auditiva permanente e irreversible (¡viva México cabrones!). 

El caso es que la historieta es tan efectiva y tan identitariamente conmovedora, que cuando nos damos cuenta, ya se ha despertado “entre céfiros y trinos” en nuestro corazón de nopal ese espíritu patriota e indomable… y de súbito nos encontramos envueltos en la bandera tricolor y dispuestos a lanzarnos por alguno de los balcones del castillo de Chapultepec, mientras suena a poética distancia el Huapango de Moncayo; porque además ese compatriota laringólogo ejemplar y genial, pues está “poniendo en alto el nombre de México” (lo que sea que eso signifique) al ser nominado al mismísimo premio Nobel – no es broma, así dice el anuncio – ... pero bueno, como el castillo en cuestión no abre los lunes (y hoy es lunes) en lo que llega el momento de lanzarme por el balcón y obedecer las leyes de la gravedad cayendo cual piedra tricolor directo al charco del olvido, pues compro las gotitas milagrosas al 2 X 1, porque claro, el objetivo principal de los vendedores es que uno deje de usar esos molestos aparatos auditivos y viva – ahora sí – como Dios y Facebook mandan. 


Uno ve eso y se pregunta: ¿Y COFEPRIS? ¿Y la Secretaría de Salud? ¿Y el sentido común? Y pues resulta que ninguno de los tres se presentó a trabajar porque tal vez su jurisdicción no se extienda todavía a redes sociales… además el anuncio aparece y desaparece por temporadas, y cambia de sitio web con tanta facilidad como lo hace de laringólogo, de abuelita y de testimonios de éxito; de hecho hay otra versión en la que el creador es un biólogo molecular español, no mexicano; lo único que no cambia en la historia es la nominación al premio Nóbel porque pues habremos de entender que esa no es fácil de obtener, ni siquiera para la ficción… faltaba más.  

 

Pero bueno, se entiende que uno está en el contexto de un anuncio en esos casos. La cosa se complica cuando escuchamos un podcast, una entrevista en la televisión, el radio, Youtube o redes sociales con alguien especializado (o supuestamente especializado) en un tema cualquiera, pues confiamos en que la información es verídica y que el experto es realmente un experto… pero no siempre es así y por otro lado, no siempre la intención es la divulgación desinteresada de conocimientos.


Lo paradójico es que en esta época en la que ha florecido algo que han llamado la “cultura de la cancelación”, nadie toca a charlatanes bien conocidos; tal vez porque se trata de una cancelación, por cierto, moldeada con criterios dispares: se cancela a fulanito porque no dice hijes, o infancias o todes, o porque afirma que el reggaeton es basura indecente… pero no se cancela ni se "funa" a menganito que mal informa con o sin intención, ni a aquel que ofrece resultados que, evidentemente son falsos o que tienen intenciones relacionadas con la burda estafa. Ese doble estándar parece estar erosionando la utilidad real de las redes sociales como el instrumento de comunicación masiva que es.  ¿Hay información valiosa? Por supuesto. Hay canales de verdadera divulgación científica que además tienen estilos adaptados a manera en la que las generaciones actuales asimilan la información. Hay podcasts con verdaderos expertos (¿ya escucharon el Podcast ¡OYE! De Espiral Azul o vieron mi cuenta de TikTok?), o canales de YouTube que realmente contribuyen a la difusión de conocimiento… pero ¿cuál información es valiosa y cuál no lo es?  Creo que la clave es investigar quién dice qué y ser críticos no solo con la información sino con el objetivo y seriedad del canal en el que se presenta un experto. 


Una solución tan válida como lógica a este problema de la credibilidad, es saber si quien habla es realmente experto en el tema… y eso es relativamente sencillo si se busca en internet. Sí, en internet: la fuente de todos nuestros males pero también de todas las posibles soluciones a esos males (combatir el mal con el mal, cual Pazuzu mesopotámico). Es así que uno puede googlear nombres o recurrir al sitio oficial de verificación de cédulas profesionales y saber: El sujeto en cuestión ¿existe? ¿Es experto en el tema? ¿Cuenta con cédula que lo avale como un profesional capaz de ejercer y también de hablar de determinados temas? ¿Se evidenció en alguna ocasión que ha publicado información tendenciosa y pagada para favorecer o afectar a otras personas o productos (Cof cof.. Electrolit.. Cof cof)? 


El punto es que si alguien no es experto (a) en la vida real… ¿Por qué sí lo sería en el mundo digital? ¿Si un especialista no ha sido honesto previamente, por qué habríamos de confiar en sus opiniones o reseñas acerca de algún producto o tratamiento? ¿Por qué habríamos de darle el derecho de afectar nuestras decisiones con su opinión o su sentir? Eso es cosa de cada quien; se llama libre albedrío y afortunadamente existe y seguirá existiendo, igual que la gente que se cree autoridad en algo, simplemente porque es capaz de hacer afirmaciones con seguridad, aunque sean verdaderas estupideces.


Cada día parece más difícil lidiar con esto para los verdaderos profesionales; porque si antes nuestra competencia era el Dr. Google, ahora ha surgido la Dra. Chat GPT y no podemos hacer nada para frenarlos... lo único que nos queda – por lo menos en lo que respecta a temas de salud – y mientras no exista una regulación clara gubernamental, sanitaria o intrínseca de redes sociales respecto de quién es experto en "algo" y puede difundir información acerca de ese "algo", es ser cuidadosos con esa información y sus fuentes (IA incluida): filtremos, seamos críticos y responsables con esa nube de datos que ya está tan a nuestro alcance, que ha terminado por convertirse en una niebla espesa que no nos está permitiendo ver más allá de nuestras narices.


ree

 


 
 
 

Comentarios


An perspective view of an open old schoo
An perspective view of an open old schoo

BUZÓN DE COMENTARIOS 

¿Algún tema que te gustaría que tratáramos? ¿Eres paciente o mamá de paciente y tienes aguna duda? Escríbenos

¡Gracias! Mensaje enviado.

 
CONTACTO:

drcastillo@espiralazul.net
dracarranco@espiralazul.net
EspAzul1.PNG

​México 

  • Facebook
  • Instagram
IMG_0059.PNG

© 2025 by ESPIRAL AZUL 

PROYECTO ESPIRAL AZUL.
Concepto, idea, contenido y diseño: Salvador Castillo Castillo 

 

bottom of page