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Con los cerebros, ¡NO!

Por: Salvador Castillo





 

“Turistas extranjeros se marchan de restaurante en la playa debido a música de banda a todo volumen”

Así decía la noticia en varias redes sociales que inmediatamente se llenaron de opiniones diversas en los espacios de comentarios:

 

  • “Sí, que se larguen si no les gusta.”

  • “Así son nuestras tradiciones. Respétenlas”

  • “¿Quiénes son ellos para venir a cambiar nuestras costumbres?”

  • “Los locales deberían cuidar su fuente de ingresos, se están dando un balazo en el pie.”

  • “Jajaja, sí que se vayan a otro lugar a leer. Están viejitos. Aquí nos gusta el desmaaaadreeee”

 

Como suele ocurrir, había opiniones a favor de la música, en contra de la música, a favor de los turistas nacionales y en contra de los extranjeros, a favor de los extranjeros y en contra de “los nacos” que insisten en ser ruidosos, a favor de la música de banda y en contra de cualquier otro género que no se parezca a la música de banda… y aquello se convirtió en una suerte de pleito de cantina de todos contra todos en donde se esgrimían argumentos ácidos de carácter sociológico, musical, racial, clasista, ¡politico! (válgame Dios), psicológico, económico, comercial, patriótico (¿¿??), geográfico y otros de categorías cada vez más viscerales y cada vez menos cognitivas. La pasión patriotera (nunca patriótica) saltó por unos momentos del ámbito futbolero o político al ámbito playero-sensorial-musical. Y sí, al entrar a ese ring que son las redes sociales, definitivamente dan ganas de envolverse en la bandera de México y convertirse en una suerte de Juan Escutia digital obligado a dar la cara (o el avatar) valientemente por un pueblo que lucha por conservar tradiciones ancestrales, como sacrificar cócleas en el altar de los trombones para mantener tranquilo a Ruidilopochtli. Pero para fines de este texto, mejor me expresaré como audiólogo por el bien de todos (sobre todo mío).

 

Después de leer la famosa noticia, ocurrió que no pude dejar de reflexionar cómo tenemos normalizadas ciertas cosas que – la verdad - no deberían ser parte de nuestra cotidianidad: El ruido terrible de ciertas motocicletas que no permiten una conversación incluso cuando ya se han alejado a 4 o 5 cuadras de uno, el silbido infernal del carrito de los camotes, los camiones de carga frenando con motor en áreas residenciales, o incluso los dioses del perifoneo : “Seeee compraaaan… colchooooneeees… tambooooreees… refrigeradoooreees… estuuuufaaaas… lavadooooraaas, microooooondaaas y fierroviejoquevendaaaaaa”  (si lo leyó usted reproduciendo la vocecita y el tonito adecuados, es porque su cerebro está haciendo su trabajo de manera impecable). Efectivamente, son sonidos que estamos acostumbrados a ¿sufrir? todos los días aunque ya no representen gran cosa porque damos por hecho que ahí están, ahí estarán y terminan siendo conceptualizados como inevitables. Sí, igualito que la lluvia, el paso de las estaciones, el calor o los impuestos: De ese tamaño es nuestra normalización.

 

Resulta que los seres humanos tendemos a perder de vista que nuestros sentidos nos conectan y nos ayudan a construir una realidad en lo más profundo de nuestro cerebro: ese órgano que constituye lo que somos y que se encarga de recibir estímulos de múltiples modalidades e interpretarlos como sensaciones precisas que se combinan para tener una idea de nuestro entorno y poder actuar en consecuencia. Meterse con nuestros sentidos es meterse con lo más íntimo de nuestro cerebro: es cambiar nuestra percepción de la realidad para bien o para mal incluso a nivel emocional. Es influir en la memoria, en los sentimientos, en las sensaciones o en las motivaciones entre muchas otras cosas. Es cierto que nuestros cerebros, si bien tienen un patrón de funcionamiento parecido, interpretan las sensaciones de forma profundamente distinta; por ejemplo, siempre me ha parecido algo curioso el preguntar a otra persona si determinado alimento es picante o no: de hecho es tan amplio el rango en cuanto a la diferencia de opiniones, que hay una multitud de chistes acerca de cómo los mexicanos clasificamos la intensidad de esa irritación de la mucosa oral sin la cual no podemos vivir; incluso hay “tablas” de equivalencia acerca de la intensidad de picante de un alimento respecto de otros mexicanos y de extranjeros.  Y es que ocurre que lo que mi cerebro interpreta como algo agradable o placentero, no necesariamente es interpretado de la misma forma por el cerebro de otro ser humano incluso aunque hayamos tenido experiencias previas parecidas. Y ocurre así con la vista, con el olfato, con el gusto, con el tacto y por supuesto, con la audición.

 

Tenemos perfectamente claro que la audición es interpretada y asimilada por áreas cerebrales interconectadas con otras que se encargan, por ejemplo del despertamiento (sí, esa área que provoca que abramos los ojos por la mañana al escuchar el despertador), pero también con regiones dedicadas exclusivamente al procesamiento de las emociones y es por eso que una canción o sonido determinado puede evocar en nuestro cerebro etapas completas o muy específicas de nuestra vida o nos hace recordar personas e incluso sensaciones de otras modalidades.

 

Pero el sonido tiene también sus particularidades: está provocado por vibraciones de un cuerpo (cualquier cuerpo puede vibrar, de hecho) que provocan a su vez cambios en la presión de las partículas que componen al aire que nos rodea. Dichos cambios de presión avanzan EN TODAS DIRECCIONES y dependiendo de la intensidad con la que vibre el cuerpo que les dio origen, pueden viajar menos o más… o mucho más, según sea el caso; y es aquí donde viene un pequeño detalle que tengo que mencionar:   Nuestro sistema auditivo funciona de manera involuntaria, es decir, recibe esos cambios de presión y los transforma en estímulos bio eléctricos que envía al cerebro sin ningún tipo de “filtro”,  lo anterior implica que escuchamos aunque no queramos  aunque el origen del sonido esté lejos y aunque estemos dormidos; claro que a diferencia de los oídos, nuestro cerebro sí que tiene la capacidad de filtrar estímulos y de decidir si le interesan o no dependiendo del contexto y también dependiendo de la intensidad del estímulo: por eso no despertamos ni volteamos con cualquier ruido de baja intensidad (a menos que sea algo muy importante como el sollozo de nuestro bebé), pero sí lo hacemos si la intensidad del ruido es elevada sin importar su otras características. Pero los alcances de esto son muchos y con el objeto de explicarme, me voy a permitir hacer un símil con otra modalidad sensorial:

 

Imagine usted que está sentado en su restaurante favorito disfrutando de la comida que eligió, y un servidor llega, así sin previo aviso, y le introduce un chile habanero en la boca. Yo podría explicar que como a mí me encanta el habanero, usted debería disfrutarlo también (y en una de esas hasta debería darme las gracias por tan hermosa experiencia gastronómica). Pero siendo un poco menos utópicos, seguramente usted escupiría el manjar de los dioses que acabo de poner en su boca y procedería a destruir la mía de un puñetazo cuya justificación, el imbécil de un servidor seguramente no alcanzaría a comprender. Después de todo, yo lo hice bajo la premisa de que como me gusta a mí, a usted debería gustarle también y yo sólo quería compartir dicha experiencia.

 

¿Le parecería apropiado que yo actuara como lo hice? (Si está usted diciendo que sí, le sugiero abandonar esta lectura justo ahora, olvidarla y seguir con su vida como si nada hubiera ocurrido), porque si hablamos de ruido y audición, estaríamos hablando exactamente de lo mismo cuando alguien llega a la proximidad de uno y produce cambios en las partículas de aire que el cerebro interpreta (quiéralo o no) de distintas formas. Pero creo que es importante aclarar conceptos: frecuentemente hablamos de “ruido” y me he encontrado con cierta dificultad para entender el término, pero la verdad es que no resulta tan enredado… ruido es cualquier sonido (sin importar sus características) que interfiere con un proceso de comunicación; es decir, interfiere, obstruye, dificulta o impide el paso de un mensaje entre el emisor y el receptor.  Por lo tanto, si estoy platicando con alguien en una mesa y llega otra persona y pone una bocina junto mí y reproduce “Lacrimosa” de Mozart, dicha obra, con toda su magnificencia pasará a la muy vergonzosa categoría de RUIDO si tiene el volumen suficiente para no permitir que mi plática con la otra persona fluya como debería. Esto implica que la intensidad de un sonido puede convertir algo placentero en algo no placentero también.  

 

Conste que hasta ahora no he hablado del género musical que dio origen a la noticia que a su vez dio origen a esta humilde (a estas alturas, humildísima) opinión: pero ya que estamos en esas,  también resulta importante recalcar que hay géneros que por sus características están más propensos a convertirse en ruido de manera digamos, más natural… además de que también está el asunto del gusto musical que todos tenemos derecho a poseer: hay música que simple y sencillamente no nos resulta agradable ya sea por su ritmo, por su letra, por su volumen, por su ejecución, por su intención, por lo que nos evoca o porque simple y sencillamente no es pertinente en el momento, y eso no debería estar sujeto a negociación: simplemente nos es placentera o no. Y está bien… faltaba más. Pero en este caso en particular, me pregunto: Si la experiencia sensorial que dio origen a que los extranjeros abandonaran el restaurante no hubiese sido la auditiva sino la del gusto (es decir, que se hubieran retirado porque no les gustó el menú) ¿hubiera sido noticia? Seguramente no, pero aquí entran otros factores como la manipulación de los medios que al notar la respuesta a ciertas noticias, buscan publicar noticias similares para generar interacción en redes sociales al costo que sea.

 

Estoy convencido de que el NO entender a la presencia de sonidos no solicitados (principalmente si cuentan con la agravante de la intensidad elevada) como una agresión sensorial, habla también de una evidente falta de empatía, de civilidad, de educación, de respeto y de una cantidad enorme de otros valores. Estamos acostumbrados a que el vecino ponga música estridente y a que se justifique diciendo que “está en su casa” cuando le pedimos que baje el volumen. Pero ¿cómo le explicamos algo que ya debería saber porque es obvio? ¿cómo le explicamos que el sonido obedece a las leyes de la física y no a las escrituras de una propiedad determinada? Es problemático porque alguien que no entiende de primera instancia que nos está obligando a escuchar algo que no queremos escuchar, seguro tampoco tendrá la capacidad intelectual para entender que los cambios de presión en el aire generados por su bocina abandonan su territorio (entiéndase este concepto en el más primitivo, silvestre y rupestre de los sentidos) y sin el menor recato se introducen en otros territorios sonoros, obligando a quienes están en ellos a escuchar lo que para el sub estimulado cerebro del escandaloso resulta placentero. Y eso es un problemón que puede terminar con el Juez cívico o incluso hasta en mudanza. Pero eso ocurre en México y no necesariamente en otros países y  es algo que también se perdió de vista en la discusión: era lo mismo que se solicitara a los extranjeros que aprendieran a disfrutar el estruendo, a que se les exigiera tragarse unos camarones a la diabla simplemente porque aquí es lo que hay y somos tan básicos que no existe alternativa sensorial alguna. ¿Podrían ir a vacacionar otro lugar? Seguro. ¿Lo harán? Seguro. ¿Quién gana? Nadie. ¿Quién pierde? Todos.   

 

Volviendo a la noticia - y como suele ocurrir en redes sociales -  al final nadie cambió de opinión *finge sorpresa* y por el contrario todos terminaron reforzando sus conceptos, prejuicios, ideas y vomitadas intelectualoides sin ponerse a pensar que muchos exigían a los turistas tener respeto por algo que en principio es una falta del mismo:  obligarme a escuchar algo que NO me gusta, a una intensidad que además  interrumpe mi proceso de comunicación en un lugar público, es lo mismo que obligarme a saborear, oler, ver o tocar algo que NO me gusta por el simple hecho de que otros lo encuentran placentero (o normal).

 

Me pregunto si algún día tendremos más respeto por los cerebros de los demás, pero por lo pronto: #visitmexico



 

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